Los niños son reflejos de la sociedad y del ambiente que los rodea, absorben conductas que vienen también de los padres o cuidadores, es así como pueden desarrollar una actitud poco tolerante, individualista y/o narcisista. Para solucionar esto, dependiendo de la edad, es necesario comenzar el diálogo con ellos para que entiendan que ciertas actitudes deben cambiar por su bien, además de darles espacios para que puedan expresar lo que sienten.
Los tíos y profesores los evitan. Los papás disimulan su desencanto con el comportamiento de su hijo mediante eternas disculpas 'está cansado, en la casa se porta súper bien, qué lata para el resto de la gente que lo retemos'. Pero en el fondo, en la vida cotidiana y en la intimidad de la casa, se les termina la paciencia, se desesperan, se preguntan qué hicieron mal y vuelven a ceder. El círculo vicioso continúa.
Dan Kidlon, profesor de psicología infantil de la Universidad de Harvard y co-autor de Raising Cain, un best seller del New York Times, realizó una encuesta a más 1.000 padres y aproximadamente 650 adolescentes. Los resultados arrojaron que un 60% de los padres cree que sus hijos son malcriados y un 15% de los adolescentes piensa que ellos mismos son consentidos.
¿Qué sucedió con esos adultos que no pudieron con sus hijos?¿Por qué estamos frente a una verdadera generación de tiranos en miniatura?¿Será posible volver atrás el tiempo y rehacer el camino malhecho?
Límites, límites y más límites
Gabriela Sepúlveda, psicóloga de Clínica Alemana, explica que en términos generales, los niños malcriados son los que no cumplen las reglas que se esperan para cada edad. 'Son demasiado centrados en sus intereses, necesidades y deseos, tienen poca tolerancia a las frustraciones y dificultad para postergar sus impulsos, plantean sus deseos como ilimitados y que tienen que cumplirse. En el fondo, son niños de temperamento difícil: les cuesta esperar, son impulsivos y quieren gratificarse siempre'.
Estas características son las que chocan con el grupo social. Paradójicamente, según la especialista, la causa de este comportamiento está precisamente en el tipo de sociedad que tenemos: individualista y narcisista, donde las personas buscan su propia gratificación sin importar las consecuencias.
'Los niños son un reflejo de lo que sucede en la sociedad. Si ellos están más malcriados es porque los adultos son modelos de esta actitud. No nos hemos hecho responsables de la ideología en la que estamos metidos. Además, como el trabajo absorbe tanto a los padres, tienen menos tiempo para poner normas e implementarlas y, como una forma de paliar el hecho de no estar en la casa, dejan de establecerlas', afirma la psicóloga.
Gabriela Sepúlveda sostiene que los niños necesitan padres que los puedan guiar, que consideren sus intereses, sus necesidades y que les pongan límites de acuerdo a los principios y valores que ellos tengan.
La importancia de los límites es más fundamental de lo que cualquier ciudadano pudiera pensar o valorar. 'Los límites significan tres cosas fundamentales: respeto por los otros, responsabilidad - asumir consecuencias de nuestras
acciones- y justicia, que es dar lo que corresponde a cada cual. En primer término el niño debe conocer sus límites personales, es decir, sus capacidades; luego, los que imponen los otros con sus intereses y derechos, y finalmente,
los que la sociedad ha establecido en el sentido de normas, reglas y valores. De esta manera, toman conciencia de que van a experimentar frustraciones inevitables, aprenden a convivir en comunidad y a tomarle valor al grupo social, ya que sólo
en sociedad la persona puede desplegar sus potencialidades', explica la especialista.
Claridad y consistencia
Intentar comenzar de nuevo puede ser la tarea más compleja. Aunque no hay recetas, algunas medidas básicas pueden ayudar a los padres en esta tarea.
'Dependiendo de la edad, se puede partir con una conversación con el hijo, donde se le explique que de ahora en adelante las cosas serán distintas y establecer algunos límites. A los adolescentes hay que darles espacio para que también manifiesten sus intereses y valores. Niños y padres deben respetarse', afirma la psicóloga.
Es muy importante ser claro en las normas y muy consistente en su ejecución, es decir, si no se van a cumplir o se va a ceder ante las peticiones de los niños, es mejor no plantearlas.
La especialista advierte que los primeros días y semanas van a ser más difíciles, porque quien está acostumbrado a conseguir todo llorando y de repente no lo logra, va a llorar más fuerte hasta que se dé cuenta que los padres no cambiarán de actitud.
'Las normas deben ser implementadas sin recompensas ni castigos, sólo con firmeza y convicción. De otro modo, la relación afectiva se reciente', acota.
De esta forma aprenderán a tolerar las frustraciones propias de la vida y, en definitiva, a vivir en sociedad sanamente.