En las últimas décadas se ha visto un aumento importante en la incidencia de la anorexia nerviosa. Las más afectadas son las adolescentes y mujeres jóvenes, grupo en que la prevalencia de esta enfermedad es de entre 0,5 y 1%, mientras que la de bulimia es del 1 al 3%, de acuerdo a información publicada por el Ministerio de Salud. Ambas patologías también pueden darse en hombres, pero es mucho menos frecuente.
Este panorama se vuelve aún más preocupante si se considera que un estudio publicado en la prestigiosa revista médica Archives of General Psychiatry, en julio del 2011, revela que las personas con trastornos alimentarios tienen más posibilidades de fallecer. Por eso es tan importante la detección y el tratamiento temprano de estos desórdenes mentales.
La anorexia nerviosa es un trastorno alimentario caracterizado por una imagen corporal distorsionada, es decir, las personas se ven más gordas de lo que son. Además, tienen un miedo intenso a subir de peso, por lo que se mantienen por debajo de los niveles mínimos. Generalmente, su estrategia para adelgazar es disminuir la ingesta de alimentos y realizar actividad física en forma excesiva. Así, se establece una dieta insuficiente en calorías y muy restringida en todos los nutrientes.
Aparece generalmente al inicio de la adolescencia (13 años). Puede asociarse con suspensión de la menstruación, presión sanguínea baja, caries dentales, depresión, entre otros.
La bulimia, en cambio, se suele iniciar después de los 18 años y se caracteriza por episodios en que se come grandes cantidades de comida en poco tiempo, conocidos como 'atracones', a los que siguen conductas para evitar el aumento de peso, como vomitar o consumir laxantes. Todo esto se realiza en forma oculta. Otras manifestaciones son la necesidad de hacer dietas, deshidratación, alteraciones menstruales y aumento de caries dentales, además de incrementos y disminuciones bruscas de peso.
La doctora Verónica Marin, nutrióloga de la Unidad de Adolescencia de Clínica Alemana, afirma que la causa de estos trastornos es compleja y no está totalmente resuelta. Existiría una combinación de factores biológicos, de tipo genético y neuroquímico; psicológicos, como perfeccionismo, expectativas personales altas, tendencia a complacer las necesidades de los demás y baja autoestima; familiares, por ejemplo, hogares donde puede haber dificultades en la comunicación, en las relaciones interpersonales y en la expresión emocional; y sociales, ya que la delgadez se ha convertido en el ideal de belleza y éxito.
“En la edad escolar aparece la preocupación por la imagen corporal y se inician dietas restrictivas donde el aspecto físico puede llegar a convertirse en una obsesión”, agrega.
¿Qué pueden hacer los papás?
Al principio, estos trastornos son casi imperceptibles. Las primeras señales pueden aparecer como una forma de autodisciplina y fuerza de voluntad. Pronto las conductas tendientes a disminuir la ingesta se transforman en un ritual. Las adolescentes no comen con la familia, esconden alimentos, sistematizan lo que está permitido y prohibido comer, y a veces se suma el uso de algunos medicamentos y la práctica excesiva de ejercicio físico.
Cuando los padres se percatan de la importante baja de peso, empiezan a estar pendientes de lo que come y, generalmente, se producen discusiones. Paralelamente, aparecen alteraciones conductuales como hiperactividad, cambios de humor, tendencia al aislamiento e insomnio.
Si los padres sospechan que su hija está padeciendo un trastorno alimentario, lo primero que deben hacer es conversar con ella de la forma más comprensiva posible y acompañarla al médico para que haga una evaluación y, si corresponde, la derive a un especialista en el tema. Detectar los primeros indicios, permite intervenciones más sencillas y mejora el pronóstico a largo plazo.
Prevención Para prevenir estas conductas poco sanas es importante que los padres eduquen a sus hijos promoviendo hábitos alimentarios adecuados, poniendo énfasis en que es un tema de salud, no algo meramente estético. La familia debe potenciar los valores, la comunicación y la afectividad. También es relevante evitar la sobreprotección y dosificar el consumo de televisión y medios masivos. En esta etapa del desarrollo es importante reforzar la autoestima y autoimagen del adolescente. Para ello hay que promover la comunicación interpersonal, la integración social y mantener un juicio crítico ante los modelos culturales y mensajes de los medios de comunicación. |