Siglos después, la perforación de diversas partes del cuerpo para instalar accesorios en ellas se ha ido masificando en occidente. Sin duda, uno de los más populares son los piercings, los que muchos utilizan en alguna parte de la boca, como labios o lengua.
Estos pendientes o joyas, pueden estar elaborados con distintos materiales como acero quirúrgico, platino, titanio, oro, cerámica, plásticos o una mezcla de ellos.
La odontóloga María Consuelo Fresno, de Clínica Alemana, explica que esta práctica no está exenta de riesgos. “Se han descrito varias complicaciones y consecuencias adversas en el organismo tanto inmediatas como tardías”, afirma.
Al primer grupo pertenecen alteraciones como dolor en la zona perforada, aumento de volumen por edema producido en la herida, dificultades para masticar y tragar, problemas en la pronunciación, sangrado prolongado del área e infecciones locales por no realizar el procedimiento de manera adecuada.
Pero sin duda, lo más preocupante son las complicaciones tardías, ya que ponerse un piercing puede ser un medio de transmisión de enfermedades como HIV, hepatitis, herpes simplex, Epstien Barr, tétanos y tuberculosis, si en el procedimiento se utilizan elementos contaminados.
Otro efecto indeseado son graves lesiones dentales, las que van desde abrasión del esmalte hasta fracturas y pérdida de dientes. Asimismo, el uso de estos objetos en la lengua o labio inferior puede provocar trauma gingival con retracción de la encía a nivel de los incisivos inferiores.
El soporte óseo de los dientes también puede ser perjudicado por los piercing, como resultado del daño crónico producido por la destrucción del tejido que protege y mantiene al diente en posición.
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