La llegada de una mascota al hogar suele ser el comienzo de una relación de afecto y gratificación que, la mayoría de las veces, tiene beneficios tanto para el cuidador como para el animal. El doctor Alejandro Koppmann, psiquiatra de Clínica Alemana, explica que se crea un espacio para dar cuidado y recibir la retribución que significa el reconocimiento, la existencia de un lazo y el desarrollo de una historia común. “Aquí es bueno recordar la escena de El Principito, en que el Zorro pide ser domesticado y entiende que eso implica ‘crear vínculos’”, agrega.
Sin embargo, hay casos en que la relación entre amo y mascota llega a ser más estrecha de lo habitual, lo que muchas veces causa preocupación en quienes rodean a la persona, porque ven que esta va a todas partes con su perro, lo viste, le hace regalos y lo cuida como si fuera un hijo. Ahí surge la pregunta sobre cuál es el límite.
El doctor Alejandro Koppmann, psiquiatra de Clínica Alemana, explica que esta dedicación o actividad puede llegar a convertirse en un problema solo si interfiere de manera significativa con la vida de la persona, su funcionamiento familiar, laboral o social, o cuando la situación es compleja para el entorno. “Muchos dueños establecen lazos afectivos fuertes con sus mascotas, pero esto no debería amenazar las relaciones con sus seres queridos, porque se dan en planos distintos”, agrega.
El especialista sostiene que, en general, construir relaciones de afecto y cuidado es sano, y que el objeto de esta atención puede ser muy diverso. “En el caso de las mascotas, la interacción es más activa que con algo inanimado, ya que la persona puede apreciar y valorar sus reacciones y conductas en relación a los cuidados que ella le da. A veces, esto parece excesivo para un observador externo, pero si esa relación no interfiere con el funcionamiento de la persona y de su entorno, esto no es necesariamente patológico”, aclara.
¿Cuándo preocuparse?
A pesar de los beneficios que significa tener una mascota, en ocasiones los dueños adoptan conductas que no son saludables. “En algunos casos, por ejemplo, ante el fallecimiento de su perro, es posible que la persona sufra un duelo patológico, ya sea por la intensidad de los síntomas o por su duración. Asimismo, hay quienes pierden la libertad para desplazarse por no dejar a su mascota sola, se niegan a desarrollar actividades individuales sin su presencia o mantienen un modo de vida muy condicionado por su cuidado, lo que puede generar problemas con la familia o el entorno”, aclara el doctor Koppmann.
Cuando esto ocurre, la mejor forma de enfrentar la situación es conversar. “En algunos casos, los hábitos individuales son complejos para el resto y hay que negociar. Sucede lo mismo que con la práctica de un deporte u otros hobbies que ocupan parte importante del tiempo personal”, precisa.
En este sentido, es necesario llegar a acuerdos sobre cuáles son los espacios y situaciones en que se dará atención a la mascota, y cuáles se deben respetar para no interferir en la calidad de vida del resto. El ideal es que la mascota se integré a la dinámica de la familia y no solo a la vida de un integrante de esta.