La evidencia científica confirma el alto valor preventivo de esta costumbre contra una amplia gama de trastornos emocionales y físicos.
La costumbre ancestral que unía a la familia en torno a la mesa se ha visto cada vez más amenazada por el acelerado ritmo de la vida moderna y está en progresivo retroceso. Sin embargo, este hábito ha sido validado por los especialistas como una herramienta altamente efectiva para evitar trastornos que afectan especialmente a niños y jóvenes.
“Comer juntos sería una de las pocas “vacunas” que podríamos tener en salud mental. Tal como plantea la evidencia científica, tiene un importante valor preventivo de patologías, no tan sólo del ámbito emocional, sino también físico”, señala la doctora Ana Marina Briceño, psiquiatra infanto-juvenil de Clínica Alemana. En efecto, los niños y jóvenes criados con esa práctica tienen un 35% menos de posibilidades de desarrollar trastornos alimentarios y un 12% menos de ser obesos, en tanto de su tendencia a preferir la comida sana sube en un 24%, de acuerdo a investigaciones publicadas en la revista American Journal Pediatrics en los últimos años.
Los datos que avalan estas conclusiones van en aumento. Un estudio realizado en 2017 demostró que quienes comen en compañía de sus padres y hermanos más de 5 veces a la semana, incrementan en más del doble su probabilidad de tomar desayuno regularmente (64,2%) comparados con quienes no lo hacen (31,6%). Asimismo, su alimentación es más saludable, con mayores proporciones de vitaminas y minerales que además serían un factor adicional en beneficio de una mejor salud física y mental. “Sabemos lo importante que es el desayuno, sobre todo en plena época de crecimiento y desarrollo”, enfatiza.
A partir de las crecientes ventajas que aporta este hábito, el trabajo de los especialistas apunta a entender “cómo fomentarlo, cuáles son las barreras al interior de las familias y cómo influye la calidad de las relaciones y de las conversaciones que establecen sus integrantes”, explica la doctora Briceño, quien enumera los principales desafíos en esta materia.
-Desconocimiento y obstáculos. La relevancia de esta costumbre en el desarrollo de los hijos contrasta con el desconocimiento generalizado sobre su importancia en una buena salud mental. El caso de Chile, la reunión en torno a la mesa enfrenta obstáculos como la creciente cantidad de horas que los padres dedican al trabajo, los largos tiempos de traslado, la utilización de dispositivos electrónicos y la conectividad permanente de niños y jóvenes a internet y las redes sociales.
–El ejemplo como incentivo.- “En todo hábito, mientras antes se instaure, mejor, pero nunca es tarde para empezar. Y si bien es difícil, es importante que los mismos adultos den el ejemplo dejando tiempo libre de tecnologías y otros distractores para así comunicarnos en forma exclusiva con quienes estamos compartiendo; de esta manera, será más fácil pedir la misma exclusividad cuando los hijos ya sean adolescentes”, indica la doctora Briceño.
-Regularidad en el hábito.- Los especialistas recomiendan comer en familia un mínimo de 5 veces a la semana; esto es, los niños o adolescentes con, al menos, uno de los adultos cuidadores. Incluso, si el fin de semana comen juntos dos veces cada día, ya es un gran avance, recomienda.
-Fórmulas alternativas.- Si bien el escenario ideal es la presencia de ambos padres, hay que considerar las diferentes realidades. La doctora Briceño destaca que lo fundamental es que los niños y jóvenes compartan con un adulto con el cual exista este vínculo afectivo, a partir de lo cual surgen opciones como que los padres se alternen en diferentes días, e incluir a los abuelos. Otra acción que beneficia la interacción es levantarse 15 minutos antes para así desayunar juntos en la mesa.
Los beneficios preventivos
-Conductas de riesgo.- Los especialistas valoran la influencia positiva de comer juntos en términos de propiciar una menor frecuencia de síntomas depresivos en los adolescentes en general, así como de ideación (o pensamiento) suicida en las mujeres de este segmento. Y en el caso de las familias monoparentales, plantean que una práctica regular de este hábito contribuye a disminuir las conductas de riesgo entre los jóvenes en ámbitos como el comportamiento sexual y el consumo de sustancias.
-Uso de alcohol y drogas.-La doctora Briceño destaca que la evidencia científica demuestra al efecto protector del fortalecimiento de las relaciones en el hogar en favor de un menor uso de alcohol, cigarros y marihuana. Y que esta influencia es significativa en el caso de las mujeres, que reducen hasta en un 50% su disposición a iniciar la ingesta de bebidas alcohólicas o estupefacientes.