Si hay algo que recordarán los niños de esta generación cuando sean adultos, eso será la pandemia que les tocó vivir. Los días de cuarentena con sus familias, los meses que no salieron a jugar con sus amigos, las informaciones de los noticieros y, por supuesto, las tareas que tuvieron que hacer en casa ante la imposibilidad de ir a sus colegios, serán algunos de esos recuerdos.
Si hay algo que recordarán los niños de esta generación cuando sean adultos, eso será la pandemia que les tocó vivir. Los días de cuarentena con sus familias, los meses que no salieron a jugar con sus amigos, las informaciones de los noticieros y, por supuesto, las tareas que tuvieron que hacer en casa ante la imposibilidad de ir a sus colegios, serán algunos de esos recuerdos.
La teleeducación es actualmente un desafío no tan solo para profesores y estudiantes, sino también para los padres, muchos de ellos con teletrabajo e incluso cesantes. “La cuarentena ha implicado para todo el mundo un cambio importante en las rutinas y en la vida. Estamos en aislamiento físico con nuestros pares y familiares. Una situación que no está en nuestras manos cambiar, pero que sí podemos elegir cómo vivir”, reflexiona Sonia Castro, psicóloga infantojuvenil de Clínica Alemana.
Ante las permanentes tareas que mandan los colegios para darle continuidad al programa educacional, la relación de padres e hijos se ha conflictuado cada vez más. Por un lado los niños quieren jugar y hacer todo menos estudiar y, por otro, los padres quieren que sus hijos avancen en su aprendizaje. Una situación que suma más estrés al contexto pandémico.
¿Qué hacer para que la teleeducación no sea una experiencia traumática?
En este nuevo desafío familiar, Kareen Portugueiz, psicopedagoga de Clínica Alemana, señala que “si bien la educación es importante, ya habrá tiempo para profundizar en ella. No es el momento de reventar a los niños en un escenario como el actual”.
La especialista agrega, además, que los padres deben estar presentes en las actividades escolares de los hijos, pero no demasiado encima. “No tenemos que estar como un vigilante al lado de ellos. Hay que darles autonomía y confiar en que nuestros hijos lo están haciendo bien”, aclara.
El contexto de hoy obliga a los padres a improvisar rutinas que no existían antes. Esto genera en los niños irritabilidad, ansiedad, incertidumbre, miedo, malhumor y presión. Así lo explica Sonia Castro, quien expresa que “este periodo es una gran prueba que nos pone la vida en relación a la capacidad de adaptación y flexibilidad, por tanto, asegurar la educación de los hijos este año no es el objetivo. Se debe aceptar que este tiempo será diferente para todo el mundo”.
Si bien los niños saben de tecnología, este sistema de teleeducación es nuevo para ellos y eso es un factor que tenemos que considerar. Al respecto, Kareen Portugueiz explica que “muchos niños no tienen el espacio para preguntar sus dudas al profesor sobre la materia en clases online, y eso los angustia. Entonces, como padres, más que controlar si hacen o no sus tareas, hay que preguntarles lo que no han entendido”.
¿Cómo captar el interés de los pequeños?
La psicóloga de Clínica Alemana, Paula Rothhammer, explica que no todos los niños funcionan de la misma manera ni tienen la misma motivación hacia el aprendizaje. “Cada uno enfrenta de manera distinta las labores escolares”, sostiene la sicóloga, quien entrega acá algunos consejos de cómo abordar cada caso:
Los estudiosos: A este grupo de niños le gusta aprender y le es fácil comprender una nueva metodología, por lo que requiere de un mínimo de organización de sus padres.
A los que les cuesta: En este caso, los padres tienen que estar más presentes para motivarlos y apoyarlos en la organización de sus actividades, porque son menos autónomos. Sin embargo, logran llegar a la meta.
Los que no se motivan con el estudio: Son niños a los que les cuesta mucho organizarse, planificarse e iniciar sus tareas y deberes escolares. A veces este grupo puede tener déficit atencional o una baja percepción de competencia hacia el área académica, es decir, que no se sienten tan buenos o inteligentes; entonces, evitan y evaden sistemáticamente el estudio. Esto puede provocar estrés y frustración en los padres, generando grandes peleas que afectan la salud mental de todos los miembros de la familia.