Se habla de defecto de audición o hipoacusia cuando existe algún grado de pérdida auditiva, que puede ocurrir en uno o ambos oídos. Dentro de este grupo hay distintos niveles que pueden ir desde un déficit auditivo leve hasta aquellos casos en que la persona no oye absolutamente nada. Esto último es a lo que se denomina sordera profunda.
Más de un 5% de la población mundial, 360 millones de personas, padecen algún tipo de discapacidad auditiva, y de ellas, 32 millones son niños, según las últimas cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dadas a conocer a principio de este año.
Dentro de este último grupo, un porcentaje tiene causas congénitas, es decir, el problema está presente al nacer y su origen puede ser hereditario o producto de dificultades durante el embarazo o el parto.
Muchos de estos casos pueden ser tratados con buenos resultados, siempre que haya una detección temprana. Por eso, cuando los niños nacen, se recomienda realizarles un examen de emisiones otoacústicas o un estudio de potenciales evocados automatizados, que si bien no miden cuánto oyen, sí revelan si existe un posible problema auditivo que requiera mayor estudio.
El doctor Gonzalo Bonilla, otorrinolaringólogo de Clínica Alemana, explica que “el examen debería hacerse a todos los recién nacidos, no solo a aquellos que tienen algún antecedente que haga sospechar una posible hipoacusia, porque si fuera así se diagnosticaría solamente a la mitad de los afectados, ya que el 50% de los niños que nacen con algún grado de discapacidad auditiva no tienen ningún antecedente similar en la familia; han llegado después de un embarazo y parto normales, y no tienen otras enfermedades que se asocien a hipoacusia”, afirma.
Agrega que es importante realizar este estudio a los pocos días de vida, en la misma clínica u hospital, porque de lo contrario puede pasar mucho tiempo sin que nadie se dé cuenta de que el niño no escucha, y el tratamiento tiene mejor resultado si se inicia precozmente.
“Si el examen sale alterado no significa necesariamente que el niño no escuche, pero sí se deben continuar haciendo otros estudios para descartar o confirmar esta situación”, aclara.
Por último, en caso de que no se haya podido realizar el examen, el doctor Bonilla explica que hay ciertos signos que pueden hacer sospechar a los padres de que existe algún problema de audición. Por ejemplo, entre los 0 y 3 meses de vida, un bebé que escucha bien se sobresalta con un ruido fuerte y repentino, como un portazo o algo que se cae. En los meses siguientes debería empezar a balbucear y a girar la cabeza buscando de dónde vienen los sonidos. Cerca de los seis meses el balbuceo aumenta. También se debe estar atento al desarrollo psicomotor, a través de los controles con el pediatra.