“Siempre tuve sobrepeso, tengo tres hijos y con cada embarazo quedaba más gorda que antes. Vivía haciendo dietas, me iba bien y bajaba rápido, pero volvía a subir. Esta es la primera vez que logro mantenerme y ya van más de tres años”, cuenta Andrea Sahli (61), a quien se le realizó una gastrectomía en manga cuando tenía 58 años y enfermedades asociadas como hígado graso, prediabetes y colesterol alto.
Asegura que pudo cambiar su estilo de vida y eso le permitió el éxito del tratamiento al que se sometió en el Programa Vivir Liviano de Clínica Alemana: “durante años exigen controles y eso es muy bueno porque si te abandonan después de la cirugía, me imagino que el nivel de fracasos debe ser mayor. Para mí ha sido una muy buena experiencia, me arrepiento de no haberlo hecho antes”.
A juicio de la doctora Carolina González, nutrióloga del Programa Vivir Liviano, su éxito se debe a que aprendió a comer saludablemente y en la cantidad necesaria para su organismo, es decir, está consciente de lo que ingiere, respeta los horarios y mantiene el ejercicio. “La cirugía no es una cura mágica de la obesidad y las personas siempre tendrán que poner de su parte para tener éxito, por eso, previo a iniciar un tratamiento, es necesario evaluar y preparar psicológicamente a los pacientes”, afirma.
Andrea llegó a la consulta de la doctora González con obesidad moderada y alteraciones metabólicas asociadas a ella, como prediabetes, hipercolesterolemia e hígado graso. Tenía riesgo cardiovascular y de desarrollar diabetes, por lo que el equipo de Vivir Liviano decidió que era candidata para una gastrectomía en manga, cirugía que ha tenido buenos resultados a nivel mundial. La ventaja es que las personas disminuyen de peso y mejoran las comorbilidades con muy pocos efectos secundarios nutricionales, ya que no genera una mala absorción significativa de micronutrientes.
Andrea está muy conforme con los resultados, cuenta que al día siguiente de la operación los niveles de los exámenes habían cambiado y, a la semana, ya estaban normales. Ahora, con 30 kilos menos, se siente muy bien y hace cosas que antes no podía o no quería.
“Estando más delgada uno puede ver la diferencia. Yo soy parvularia y, por ejemplo, si estaba con los niños en el suelo, me costaba pararme o correr detrás de ellos. Ahora la vida es distinta, más ágil. Tuve que comprar ropa nueva, pero ya no voy a la sección de tallas grandes, ni elijo lo mismo de siempre, ahora me pongo lo que quiero. Hasta los pies se achican. Es increíble”.
También sigue al pie de la letra las instrucciones de comer cada tres horas poca cantidad, no volvió a sentir la ansiedad que tenía antes por la comida y le cambiaron los gustos. Además, hace unos meses, su marido le dijo que ya no roncaba. Cuando la ven, sus conocidos no la reconocen y la felicitan por este gran cambio.
“Es una forma de enfrentarse a las situaciones de manera diferente. Por eso, hubiera querido hacerlo antes, pero quizás no era el momento, como estaba trabajando a lo mejor no habría podido cumplir con todo, porque hay que adaptarse a la vida nueva”, concluye.