El apego es el lazo que se genera entre un recién nacido y una figura adulta significativa de su misma especie. En general, este vínculo afectivo se da principalmente con la madre, pero también puede ser el padre u otra persona, dependiendo de quién se relaciona más y de manera más cercana con el menor.
De acuerdo a diversas investigaciones, lograr un apego seguro es fundamental, ya que la calidad de estas relaciones tempranas tienen un fuerte vínculo con la salud mental y el desarrollo integral (biológico, afectivo, cognitivo y social) del niño y el adulto.
El doctor Alfonso Correa, jefe de la Unidad de Psiquiatría Infantil de Clínica Alemana, explica que cuando la figura de apego principal es la madre y el padre también está presente, este último será una figura de apego secundario. Sin embargo, es igual de importante para la formación del niño, ya que al tener vínculos secundarios adquiere una mayor flexibilidad y la posibilidad de acceder a una forma diferente de observar y relacionarse con el mundo.
Explica que para algunos padres y madres puede ser más difícil establecer un vínculo seguro, y eso muchas veces se debe a que ellos no tuvieron como hijos un buen apego. Por lo tanto, les resulta más difícil relacionarse y confiar en sí mismos y en su capacidad para entregar amor, lo que muchas veces los hace reproducir un comportamiento inadecuado con sus hijos.
¿Cuándo comienza el apego?
El especialista explica que el apego se va formando desde el embarazo. Por eso es importante estar presentes y disponibles para un hijo, especialmente durante los primeros meses de vida, ya que es aquí cuando se establecen los pilares de cómo será su visión de mundo, el patrón de la forma de relación que establecerá con otros y la base de confianza-desconfianza hacia sí mismo y los demás.
“Esto define la sintonía que a futuro tendrá en sus relaciones como adolescente y adulto y, en general, en su forma de llevar la vida, es decir, determina la capacidad del adulto de lograr armonía entre las necesidades y su satisfacción, de reconocer las propias emociones, además de recibir y contener apropiadamente las emociones del otro”, sostiene.
¿Cómo lograr un apego seguro?
“La expresión de afecto es esencial para sentirse querido y contenido. No basta el ‘pensarse’ querido. Demostramos cariño haciendo cariño, estando disponibles, respetando al otro y a nosotros mismos. Por ejemplo, es importante que el niño sepa que si le dicen que no, esto se cumplirá; que si le anuncian que jugarán con él, lo harán realmente, y que si no pueden estar atentos a él en algún momento, no le den mensajes falsos o confusos como, por ejemplo, ‘sí, sí, te estoy escuchando’, afirma el doctor Correa.
Agrega que “no existe exceso de cariño que haga daño, cuando estas expresiones están relacionadas con el amor de verdad, no asfixian ni generan dependencia. Si se dan con respeto al otro, a su espacio, intimidad y momento emocional, siempre promocionarán un buen desarrollo, por ejemplo, si el niño está con rabia, no puedo esperar que reciba con agrado una caricia, o si tiene ganas de jugar, no le puedo exigir que esté abrazado a mí todo el rato”.
Por el contrario, se atenta contra un buen apego (apego seguro) con las descalificaciones -dañando su proceso de identidad y no demostrando respeto- y con la inconsecuencia, al no cumplir lo que se dice, o no siendo modelo de lo que pedimos, ya que esto genera desconfianza.