Las várices son dilataciones anómalas de la pared de los vasos venosos y se producen, principalmente, por una falla en las válvulas de las paredes internas de las venas que permiten que la sangre regrese de las piernas, contra la gravedad, hacia el corazón. Cuando ocurre este problema, la sangre se acumula y se produce un ensanchamiento.
Entre los factores que hacen que una persona sea propensa a esta patología está el embarazo. Debido al crecimiento uterino, aumenta la presión dentro del abdomen y se comprimen las venas que traen la sangre de las extremidades inferiores, lo que dificulta el retorno venoso.
Se recomienda recostarse, principalmente con los pies en alto.
A esto se suma un factor hormonal que relaja las paredes venosas y hace que se distiendan más aún.
Cuando hay dolor, puede ser debido al gran tamaño de algunas várices o a su ruptura, en cuyo caso pueden sangrar en forma abundante y demoran en cicatrizar, por lo que se pueden infectar.
Asimismo, es posible que se produzca un cuadro de trombosis en el interior de la vena con riesgo de tromboembolismo pulmonar, es decir, coágulos que se desplazan desde las piernas y se impactan en el pulmón.
Por eso, cuando aumentan muy rápido de volumen o frente a cuadros de dolor o enrojecimiento (inflamación) de las piernas (tromboflebitis), la embarazada debe consultar a un especialista.
El tratamiento definitivo y radical es la extracción de las venas dañadas, sin embargo, no se indica en el embarazo. Aquí se utilizan tratamientos paliativos que buscan esclerosar (obstruir) las venas dañadas con inyecciones locales.
Este artículo se realizó con la colaboración del doctor Ricardo von Mühlenbrock, ginecólogo de Clínica Alemana.