Años de experiencia trabajando en el campo de la sexualidad de jóvenes chilenos, ha llevado a la doctora Pamela Oyarzún, ginecóloga infantojuvenil del Centro de Adolescencia de Clínica Alemana, a la convicción de que la sociedad debe adoptar una cultura del consentimiento sexual y prevenir tempranamente el consumo de alcohol.
El primer lugar es importante aclarar qué se entiende por consentimiento sexual: “La respuesta ambigua o poco clara es no. El consentimiento tiene que ser con plena conciencia y cuando hay consumo de alcohol no la hay, por lo tanto, no existe consentimiento, y si no lo hay, estamos frente a una violación”.
El alcohol “anestesia el cerebro”, altera la acción de los neurotransmisores. "Parte atacando la función motora: las personas se marean un poco, altera la emocionalidad y la toma de decisiones”, dice.
También inhibe la capacidad de reaccionar, la percepción de la realidad y aumenta la impulsividad, “por lo que el involucrado muchas veces tampoco está en condiciones de evaluar la capacidad de consentir de la pareja. Lo que no le resta responsabilidad”, dice la doctora.
“Cada persona tiene el deber de autocuidarse. Sin embargo, el deber del autocuidado no le quita responsabilidad, de ninguna manera, al otro. De hecho, el código civil dice: el ebrio es responsable del daño causado por su delito o cuasidelito", explica.
Asimismo, aclara que, en el Código Penal chileno, además del uso de la fuerza y de la intimidación, se habla de violación cuando la víctima se halla privada de sentido o cuando se aprovecha su incapacidad para oponerse.
A esto agrega que “el consentimiento sexual tiene que darse libremente, sin la coerción, sin la manipulación, sin la influencia”.
Prevención del consumo y educación sexual del consentimiento
En Chile el consumo de alcohol comienza en promedio a los 13 años. Así lo reveló la Novena Encuesta del Instituto Nacional de la Juventud del año 2018. La misma medición señala que un 40,4% de los jóvenes de entre 15 y 19 años declara haber tomado en el último año.
A estas cifras se suman los datos del Senda, que arrojan que el 61% de los jóvenes entre 18 y 20 años –que ha bebido– llegó a estados de embriaguez con un consumo de cuatro tragos en promedio en cada carrete.
"Este patrón de consumo de alcohol está relacionado con conductas sexuales de riesgo. Hay estudios que demuestran que hay más violencia sexual, relaciones sexuales con desconocidos y más actividad sexual sin consentimiento", advierte la doctora.
Los blackouts son lagunas mentales que se producen por la ingesta rápida y el afectado está también proclive a involucrarse en peleas, accidentes y otras situaciones de riesgo, que después no recuerdan.
En palabras de la especialista, para que este tipo de hecho no siga ocurriendo, hay que dedicarse a la prevención para la disminución del consumo y en la instalación de la cultura del consentimiento.
“Desde la etapa prescolar, hay que educar a nuestros niños en temas de género, de respeto, de no violencia, de aceptación de la diversidad, y eso debe partir desde muy chico. No en cuarto medio, ni en tercero medio”, explica.
También apunta a que hay que reforzar las “estrategias de educación en los escolares, con una reestructuración de las creencias y de las emociones. Atacar los mitos que tienen que ver con que el alcohol va a mejorar la performance sexual”.
Junto con ello debe haber programas de prevención en universidades para evitar conductas de riesgo y también darles la confianza para que puedan recurrir a los padres cuando exista algún episodio. "El alcohol está presente en el 50% de los actos de violencia sexual en nuestras jóvenes universitarias", advierte.
"Cuando esto ocurre, la vergüenza y la culpa hacen que lo único que quieran es borrar esto, pero existe un estrés postraumático, existe un daño. Esto debe ser denunciado", advierte.
También releva la importancia de una educación temprana y un consenso social en no permitir que los jóvenes beban antes de los 18 años.
Lo anterior incentivando actividades como el deporte y con una integración social, que involucre activamente a la comunidad. “Porque somos nosotros los responsables, en definitiva, de que nuestros adolescentes consuman”, advierte.
Una situación que se explica “con nuestro doble estándar, con nuestra permisividad, con el hecho de que pasamos pocas horas con nuestros adolescentes".