Ocurren inesperadamente en medio de la etapa de sueño profundo -fase III del sueño NoRem- y pueden manifestarse con sudoración, gritos y mucha agitación a raíz de sentimientos de miedo o temor mientras todavía se duerme. Se trata de los terrores nocturnos, episodios que tienen más frecuencia en niños de entre 4 y 10 años.
A diferencia de las pesadillas -en las que hay un despertar con angustia, pero hay posibilidad de entregar calma-, en los terrores nocturnos los niños están muy desorientados y no reconocen a quienes están a su alrededor. También sucede que al día siguiente no recuerdan lo que pasó en la noche.
Los terrores nocturnos tampoco tienen que ver con otros episodios de angustia que son frecuentes en la noches, como la fobia a la oscuridad o miedo a quedarse solos en la pieza.
Un buen porcentaje de los niños que presentan estos episodios tienen antecedentes familiares con este cuadro. Es decir, una predisposición genética, que se acentúa cuando tienen cansancio físico, estrés, fiebre o cuando están tomando algunos remedios.
Los papás tienen que tener claro que este fenómeno en sí mismo no reviste daño para los niños debido a que es parte de su neurodesarrollo y en la mayoría de los casos se dan por un periodo delimitado, desaparecen espontáneamente y no se vuelven a presentar. No son el resultado de un trauma sicológico.
Con lo que sí hay que tener cuidado es con que no se hagan daño mientras están en medio del episodio, y con la mayor calma evitar que se puedan hacer daño a ellos mismos o a quienes estén a su alrededor.
Tampoco hay que tratar de despertarlos abruptamente, porque están en una etapa profunda del sueño que hace más difícil que despierten. También porque cuando lo hacen ven a sus papás angustiados a su lado y no saben por qué.
Si los terrores nocturnos se presentan cada vez más frecuentemente, suben en intensidad y afectan la dinámica de toda la familia durante las noches, es importante consultar a un especialista.
Solo en algunos casos el doctor podrá iniciar un tratamiento con fármacos (para disminuir la etapa III y IV del sueño NoREM) o benzodiazepinas, que, en general, al cabo de unas semanas presentan buenas respuestas.
Para un buen manejo de estos episodios es fundamental que los papás reaccionen bien porque de lo contrario la angustia de ellos puede generar aún más nerviosismo en los niños, lo que hace que el cuadro se extienda. Los padres deben tratar de evitar la intervención durante el episodio.
Ante el terror nocturno la primera medida que se debe tomar es preocuparse que el menor tenga una buena higiene de sueño. La privación de sueño es un factor gatillante de episodios en el niño con predisposición a presentarlos.