En el siglo XIX era conocida como “la fiebre escarlata”, una temida epidemia que se extendía rápidamente en la población infantil, entre la que cobró un número importante de víctimas fatales o provocaba secuelas a largo plazo como la enfermedad reumática que dañaba las válvulas del corazón.
En sus inicios no se lograba hacer una distinción clara entre la escarlatina y otras enfermedades eruptivas como el sarampión. A pesar de haber sido una amenaza global en términos de salud pública y ocupar grandes capítulos en la historia de la medicina y las enfermedades infecciosas, hoy se trata de una patología que, si se diagnostica y trata de manera oportuna, no deja secuelas ni letalidad.
Es una enfermedad que afecta principalmente a niños en edad escolar, causada por el Streptococcus pyogenes, bacteria que afecta la garganta produciendo una amigdalitis purulenta. Se caracteriza por la aparición de pintas rojas que se van extendiendo por todo el cuerpo, el rash es palpable, tiene el aspecto de “piel de gallina”.
Su principal forma de transmisión es el contacto cercano con personas infectadas, ya que se transmite a través de las secreciones respiratorias. Su periodo de incubación es de entre 1 y 7 días.
A los niños enfermos con escarlatina se les administran antibióticos. La enfermedad deja de ser contagiosa luego de 2 días de iniciado el antibiótico.
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