Pescado, carne cruda de ave o vacuno y huevos son los principales portadores de salmonella, un grupo de bacterias ubicuo, es decir, que se encuentra en todas partes y que puede permanecer en el ambiente. El contagio también puede producirse a través
del consumo de frutas y verduras sin lavar.
“Se gatilla entre las 24 y 72 horas tras el consumo del alimento y es justamente, en esta época de calor cuando la bacteria se reactiva y el contagio entre un alimento y otro se produce más rápido”, explica el doctor
Pablo Gaete, infectólogo de Clínica Alemana.
Además, puede adquirirse al estar en contacto con reptiles como serpientes, tortugas y lagartos. Por lo tanto, quienes están más expuestos a contraerla son los viajeros y residentes en áreas con malas condiciones sanitarias.
La infección por salmonella produce salmonelosis, cuyas manifestaciones
más frecuentes son fiebre,
diarrea, dolor abdominal,
cefalea (dolor de cabeza),
inapetencia, náuseas y vómitos.
La población de mayor riesgo son los pacientes con enfermedades crónicas o inmunosupresión (defensas bajas), embarazadas y niños.
Frente a estos síntomas y una vez diagnosticada la infección, es fundamental controlar la deshidratación. “No se trata de una enfermedad mortal, pero las consecuencias pueden resultar fatales produciendo falla renal y desequilibrio de las sales en el cuerpo”, explica el infectólogo.
“La higiene se vuelve imprescindible como medida de prevención de la salmonella. El lavado de manos, en conjunto con la utilización de utensilios limpios, es tan importante como asegurar los protocolos de la cadena de frío en la conservación de los alimentos”, asegura el doctor Gaete.
En general, la salmonelosis es un cuadro clínico muy molesto, que dura en promedio una semana. El tratamiento consiste en guardar reposo, mantener una dieta liviana y asegurar una adecuada hidratación.
Sin embargo, los niños,
adultos mayores y pacientes con enfermedades crónicas o con problemas en el sistema inmune pueden desarrollar un cuadro séptico grave que eventualmente podría requerir hospitalización, antibióticos o, incluso, vigilancia en una unidad de cuidados intensivos.
En aquellos casos en que es necesario el uso de antibióticos, su inicio oportuno favorece un mejor pronóstico.
Este artículo se reeditó con la colaboración del doctor Pablo Gaete, infectólogo de Clínica Alemana.